Entonces, decidí que mis
arenas bañarían tu cuerpo y mi playa se humedecería en las
tardes sólo por ti.
Y dije en silencio que tus ángeles serían mis ángeles y
que las azucenas de tu aliento se enredarían en mis
cabellos.
Porque yo te
amaba como el horizonte ama a su agua, a su tierra a sus
sueños tan lejanos.
Así, pensando en ti, tomé un beso de
mi boca y te lo entregué pulido como diamante sólo para
ti.
Entonces, tu
alma que era mi eterna candela me abrazó como se abrazan los
amantes olvidados y yo reí como ríen los locos
enamorados.
Y entonces, me bañé
de tu piel, de tus horas, de tu sangre y un suspiro inmenso
nos cruzó el alma.
Así, la puerta que se abría ante mí me
mostraba tu nombre y las estrellas de tu pelo resbalaron por mis
manos.
Y te arrullé como
huérfana paloma, bebiéndome gota a gota tu sonrisa de
terciopelo y oro y me quedé dormida en el encaje suave de
tus hombros al desnudo.
Entonces, quedé presa
de tus gemidos de agua y miel, mientras mi mano
temblorosa recorría sutil las letras de tu nombre y los
fantasmas de tus besos me asieron fuertemente y mi boca abrasó
tu sonrisa.
Fue entonces, cuando el silencio de mi
alcoba me dijo en susurros que tu costilla tan amada se iba
por otros rumbos, por otras calles, por otros
senderos.
Entonces, sin dolor me volví y caminé como
caminan los besos que se diluyen en el aire.
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