Mi propia
tormenta
Para mi hija
Ángela
¿Viste
ayer, como del cielo caían en cascadas silenciosas, gotas,
miles de gotas azules? Era un hermoso río de frescura que
lavaba la amarga miel de nuestras bocas sedientas. Y me
dices que no, que no las viste. Y no comprendo y no
entiendo...
Cómo no
sentiste en tus huesos temblar, las lluvias inmensas de
ternura, que traían en su viaje? ¿Cómo no te tocaron las
plumas tibias, de las gaviotas que bebieron las azules
gotas, del encuentro?
¿Cómo no
sentiste en el costado, la sombra sutil de las
estrellas, que salían a tu paso.? ¿Cómo no viste miles
de constelaciones que bailaban en el manto oscuro de la
noche? ¿Cómo no sentiste la extensa y lejana energía que
venía galopando ansiedades?
¡ Ay...
! ¿Cómo no pudiste captar el lento camino de Venus que
te susurraba con mi callada voz? ¿Cómo, cómo... cómo tus
ojos mansos, fueron tan ciegos a los rojos dardos de
Mercurio y al verde espera de Saturno?
¡ Ay, cómo,
cómo... ! ¿No viste mi corazón de luto y mi faz
sombría? ¿Cómo no captaste mi pequeña y gran tormenta y
los destellos grises del olvido? Y yo... era ayer, cuando
las gotas caían. Timbal, ánfora, sándalo, aguas
lluvias y eras tú, el pan fragante, la boca y el verbo y
cuando tu alma de vagabundo acarició el pájaro herido de mi
alma, la piel, el polvo, la luz y el trigo...
Y el caballo escarlata, que cabalgaba en mi
corazón, quebraron placeres, misterios,
navíos, rompieron olas, besaron nardos, subieron
riscos y cuando tus pupilas no quisieron ver... las
azules gotas que de mi espíritu caían me fui en
lontananzas, cantando tu nombre, repitiendo sueños y
enjugando con mis pálidas manos esas quiméricas ideas de
ser para ti...
Única Estrella, Cúmulo, Nimbo o el inquieto
y despeinado Cirro y sin darme cuenta me ahogué en mis
propias tormentas porque ya cansada de esperarte, me
dormí, serenamente en el eclipse voraz de tus
ojos.
María Cristina Aliaga
Luna Curicó.Chile
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Registro
Propiedad Intelectual 125.120 del 01.04.2002
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