Nunca conocí a la abuela, a la nona o la mama,
tan solo supe de oídas, de sus raíces Argentinas
de sus vigilias dormidas en la noche callada
tendida en la longitud eterna de sus años,
y supe que deambulaba con su pasión
entre su propia estancia, hasta los verdes valles
que un día la hicieron suya, por siempre.
No me tocó su mano clara y surcada de años vividos
ni supe de su perfil centinela de madre de mi madre.
Hubiera querido indagar arañando la tierra y el polvo
hurgar en las luces y sombras que poblaban luminosas,
cada rincón de sus lágrimas infantes
que como candelas de otoño, un día se trocaron en cirios
sureños.
Quizás siempre caminó sola en la hondura maternal,
cuando el tiempo en su eterno ritual de huellas y mutismos
aprisionó los susurros cicatrices de una vida,
convirtiéndolos en húmedos secretos,
en llantos callados y en paisajes repletos de místicos tañidos
en la tarde humedecida de anhelos y temblores silentes.
Pudo ser la inmensa esencia de un himno armónico,
una estrella de mar en la cresta de su propia ola,
una cruz enclavada en la prominencia de su cerro,
un beso dócil y febril que atravesó cordilleras.
Pudo ser el pensamiento primitivo,
la labranza llena de simientes y de afanes
como la antigua memoria que sellaba su suerte.
Pudo ser un haz de espigas dorando la tarde,
un infinito y loco deseo de emprender el vuelo,
un alarido de amor libertario que buscaba incesante
aquellos hijos que la tierra preparaba,
en su propio vientre sementera.
Pudo ser una caracola subterránea y salvaje,
un vino envejecido en los surcos eternos.
Pudo ser la vida. Siempre la vida, mas
no me dio lugar a completar mi árbol genealógico
que de armas trunco se ha quedado y de vidas no sabidas
y así en la huella sonora de los ríos,
busco los gorjeos que inundaron sus quietas horas,
imagino los caminos que sus pies amasaron.
Pienso quizás que fue una sombra en la sombra de mi vida,
aromada tras la blanca cordillera, sin poder jamás nunca
volver a ella.
Hoy yo vago entre mis anhelos, pensando que partió,
que se fue de esta vida tan silenciosa como debió haber sido.
Peregrinando las horas en resplandores de estrellas,
hablando a los dioses en su lenguaje lunar,
el mismo loco y bendito lenguaje que ame tanto sin conocer
pero que me dejo estampado a fuego vivo
en los genes que me heredó al soñarme, quizás,
un día nacido de sus propias lunas cascabeles,
allá donde la cordillera pasa a llamarse Argentina.
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